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FLASH

Por Edgar García Ochoa

JULIO IGLESIAS

Cuando nos conocimos, los dos éramos muy jóvenes. Él ya era muy famoso y se encontraba de vacaciones en el Hotel Capilla del Mar, con cinco chicas norteamericanas, la periodista Fabiola Morena y Germán García, el de Gegar TV. Coincidió la presencia de Julio en Cartagena, con la realización del reinado de Miss Bikini Internacional, seccional Colombia, por fiel recomendación de Renato Capriles. Tuve el cabezazo de irme al hotel donde estaba Julio Iglesias y solicitarle su presencia como jurado. Por supuesto que no hubo negativa, y recuerdo haber caminado con el cantante toda la Avenida San Martín, rodeado de sus admiradoras, hasta el Hotel Americano donde celebró el concurso. Allí cantó a capella “Cartagena”, el célebre bolero de Mejía, y basado en su fama de que ninguna mujer se le resistía en ese entonces, una vez concluida la elección, pretendió salir con la reina y la virreina, pero las dos participantes no cumplieron la cita. Al día siguiente, acompañé al cantante y su séquito a las Islas del Rosario y posteriormente a una sección de fotos por la vieja ciudad.

En ese encuentro de tres días, con quien sería más adelante el cantante más famoso del mundo, descubrimos una afinidad de caracteres entre él y yo. Nos reíamos de todo, siempre estábamos dispuestos a la juerga, no pensábamos en el horario y además éramos insaciables en los placeres. Pero quizás, lo que más reforzó la amistad, que hoy perdura tan fuerte como al comienzo, fue el segundo encuentro que tuve con Julio, precisamente donde estaba ya construyendo su famosa mansión de la cual tanto hablan.

En uno de los pocos momentos serios que tuvimos en el primer encuentro, el cantante se sorprendió de un viaje que yo iba a hacer a Miami, en compañía de unos niños de clase marginada de Cartagena, hijos de empleadas domésticas para que conocieran Disney World. A Julio le parecía aquello sublime e incluso me dio el título de la campaña: UN SUEÑO HECHO REALIDAD. A él no le cabía en la cabeza, que la misma persona que había compartido con él una rumba interminable en la ciudad caribeña, le propusiera asistir en calidad de invitado a una reunión en Estados Unidos, con niños marginados. Eso le impactó y me lo repetía constantemente. Cuando el viaje se estaba acercando, empecé a dudar de que Julio cumpliera su palabra, de visitar a los niños al hotel y de hacer una fiesta infantil. Pensé que era un cumplido cuando aceptó hacerlo, y como su fama era de tal magnitud, lo veía lejano. Conmigo viajó un grupo de damas de la alta sociedad de Cartagena, que iban en calidad de acompañantes de los niños y era obvio que estaban entusiasmadas con la posibilidad de conocer de cerca al artista tan renombrado. En el avión no hablaban de otra cosa.

Una vez en Miami, llamé al teléfono del cantante, me contestó el mismo, me preguntó a qué hora debería estar en el hotel y me dio algunas instrucciones. Él quería fotografiarse con cada chico y luego brindarle un desayuno a la delegación. Me dijo que estaría a las nueve de la mañana en el hotel Seville, en Miami Beach. Antes de la llegada de Julio, el hotel estaba tranquilo, pero apenas apareció con su sonrisa tradicional y su simpatía habitual, aquello fue un disparate; salieron mujeres de todos los rincones. Él llegó con Mauricio Zelic, el de los Tiqui Tiqui de la TV, uno de sus mejores amigos de siempre. Se hizo todo lo programado. A cada niño le decía alguna frase graciosa y luego se tomaba una foto. Una vez terminada la sesión fotográfica, hizo lo mismo con las damas acompañantes y con decenas de admiradoras. Antes de partir, me llamó aparte y me dijo que estuviera en la recepción a las cuatro de la tarde del día siguiente, que me iba a invitar a la grabación del disco que estaba a punto de terminar, y me recalcó que fuera solo.

A las cuatro me vino a buscar su secretaria de aquella época, Adriana, de nacionalidad chilena. Llegamos a los estudios Criteria. Entré al estudio y Julio estaba con una voluptuosa venezolana a quien llamaban la Chiqui; una rubia de infarto. Él, de buzo azul y tomándose una copa de vino, ella, también de buzo, a su lado. Dirigía la grabación Ramón Arcuza del Dúo Dinámico, compositor de cabecera de Iglesias en aquellos tiempos. Estaban haciendo las mezclas de la canción Morriña, un tema gallego que habla de los inmigrantes. Fue una sesión pasadísima. Entré poco después de las cuatro de la tarde y salimos a las 11 de la noche, y todavía se ensayaba la misma canción. No quedaba contento Julio con el sonido. Aquello me pareció cansón. En uno de los intermedios, salimos a la cafetería que está al lado del Criteria, y allí me llevé una sorpresa. Estaban esperando turno, para empezar a grabar luego de que terminara Julio, los célebres Be Gees. Sabiendo como son de celosos los artistas, no les pedí autógrafos ni solicité entrevistas; a Julio no le hubiera gustado. Ya terminada la larga grabación de un solo tema, se me ocurrió elogiar a Julio sobre su profesionalismo y agregué:

-Viéndote aquí en el estudio, qué distinto eres del que conocí en Cartagena.

Su respuesta fue de antología.

-Si no fuera así, no hubiera un solo Julio Iglesias.

Ya de vuelta a Colombia, seguí viendo a Julio Iglesias año tras año, cuando hacía sus giras por el país. Cada vez que anunciaba visita, Fernán Martínez o el español Fernando Plazas –amigo de la primera época y ahora no tanto- me notificaba que Julio quería que lo acompañara a todas partes. Aquello realmente era un privilegió. No he visto una persona más considerada con sus invitados. Demasiado gentil y en el entorno en que se mueve, todo es in. Allí no figura la mediocridad por ninguna parte. Desfile interminable de mujeres bellísimas, la suite presidencial de los hoteles, los personajes de moda, el mejor vino, el mejor whisky , la mejor comida. Allí todo es de lo mejor. Es la realidad.

Como las suite presidenciales son muy grandes, en varias ocasiones Julio me dijo que me alojara en ellas y lo que vi., en relación con las famosas que lo visitaban, no se puede contar en detalle –porque caería en el amarillismo y pecaría de mal amigo, de quien confió ciegamente en mí-, pero como sé del interés que puede suscitar cualquier historia picante, me propongo revelar –sin dar nombres- un episodio que me llamó mucho la atención y que demuestra, a las claras, el poder de seducción de Julio.

Estábamos en el Hotel Tequendama, horas antes de su presentación. Él acababa de hacer sus acostumbrados ejercicios cuando se puso a ver televisión con Fabiola Morera, Fernán Martínez y quien escribe. De pronto, apareció en la pantalla una de las mujeres más hermosas, más destacadas y de mayor prestigio del país. Recuerdo que hacía un comercial. Julio lanzó una expresión de admiración, ponderando los atributos de la belleza que veía en la pantalla. De súbito, como un resorte, una de las dos personas que mencioné salió de la habitación. El día siguiente siguió su curso y pasaban las horas. Como a las seis de la tarde sonó el timbre y fui a abrir. Casi me caigo. Era la hermosura de la televisión. Venía con un abrigo costoso y muy sonriente. Pasamos a la sala y Julio nos presentó.

Le dijo que yo era uno de sus mejores amigos. La conversación empezó cuando la visitante dijo que era muy amiga de Amparo Grisales –que había tenido un flirt con Julio- y que esperaba que esta no se enterara… Llegó la hora del concierto y Julio ordenó que su amiga y este relator, tuvieran un carro aparte porque éramos sus invitados. Una vez terminado el concierto hubo el tradicional brindis en la suite y allí aparecieron sus inobjetables amigos de aquellos tiempos: Pilar y Gloria Valencia, los Sánchez Vanegas, Carlos Alberto Gutierrez, entre otros. Al finalizar el ágape, cada uno para su casa y nos quedamos los que estábamos en la suite y la dama del comercial. Al día siguiente viajamos a Cali, y se me ocurrió preguntarle a Julio:

-¿Cómo te fue con tu nueva conquista?

-Hermano mío, mal

-¿Por qué…?

-¡semáforo en rojo!

Años después, RCN-TV hizo una invitación a periodistas de farándula para que conociéramos sus instalaciones, y me encontré con la belleza del cuento. Estaba con su esposo. Cuando nos presentaron, dijo no conocerme. Le dije que alguna vez nos habíamos visto en la suite de Julio Iglesias, y repentinamente, como un milagro, se le refrescó la memoria y dijo sonriente:

-¡Ah, claro! Usted es el costeño a quien tanto quiere Julio.

Una lección dio Iglesias en Cali, a unos magnates cuyos nombres no puedo revelar. Se trataba de la fiesta de quince años de la hija de uno de los anfitriones. Habían alquilado una discoteca de moda, que era de propiedad de Mario Ortiz. Julio había notificado a sus contratantes que llevaba a un amigo de Cartagena. Llegamos a la ciudad y tuve que hacer unas diligencias, y le dije a Iglesias, que como sabía donde era la fiesta, yo caería después. Cuando llegué, ya casi iba a empezar el show y no había mesa donde sentarme. Tuve que quedarme de pié y muy incómodo. Cuando anunciaron al cantante, este me vio sin asiento y le hizo señas a quien manejaba el reflector para que me enfocara, y cuando así lo hizo, con el dedo me indicó que me sentara al lado de la tarima, muy cerca de él. Aquello fue interpretado como una muestra de amistad y los asistentes comenzaron a aplaudir y apareció un asiento y un lugar al lado de la cumplimentada e invitados especiales.

Una vez me visitó desde Estados Unidos, para pasarse unos dos o tres días conmigo. Lo fui a buscar al aeropuerto, llegamos al hotel y quiso que paseáramos en coche de caballos. Contratamos uno. Íbamos, Fernán, el español Plazas, Julio y yo. Él vestía de saco y corbata. Llegando al parque Bolívar, apareció en la lejanía una jovencita en patines. Ella daba vueltas y vueltas y vio el coche. Julio iba en la parte de atrás conmigo y la chiquilla se acercó y se agarró del coche para continuar su recorrido, sin tener idea de quien era la persona que iba en el. De pronto, instintivamente, Julio volteó y la adolescente cuando vio el rostro tan conocido y admirado pegó el grito:

-¡Oh! ¡Mamá mía, Julio Iglesias!- y se cayó de la emoción.

El cantante se bajó, la levantó y le dio un beso… yo no he olvidado ese episodio tan tierno y seguramente la protagonista tampoco.

Una de las cualidades de Julio, que más admiro, es su prodigiosa memoria comparadamente con la mía, modestamente. Ve una cara, un rostro, hasta un nombre y lo retiene al cabo de los años. Un par de veces vio a una mujer bellísima en Cartagena, que dirigía la orquesta Sirenas, de nombre María Eugenia Torres Benedetti, -hoy propietaria del restaurante Chantilly en el barrio Manga de Cartagena- y donde quiera que yo veía a Julio, ya fuera en el país o en el extranjero, siempre me preguntaba por ella. También alguna vez, un fotógrafo caleño de apellido Blandón, hizo unas fotos indiscretas donde aparecía Julio con unas chicas y las publicó en El Espacio. Vio después al fotógrafo en una reunión en Bogotá y se le captó el desagrado. No lo había olvidado.

Le gustaba arriesgarse para medir su popularidad. Alguna vez estaban presentando una película suya en el teatro en Cartagena; estábamos en el Hotel Don Blas y se me ocurrió insinuarle:

-Julio, ¿por qué no vamos al teatro, pedimos permiso, subimos al escenario y saludas para ver que pasa?

-Vamos-respondió emocionado.

Tomamos un taxi y ya íbamos por el Camellón cuando reflexionamos; era una locura, estaba en su máxima popularidad, lo hubiera despedazado. Lo mismo ocurrió cuando Walter Dennis y yo le propusimos que visitáramos un cabaré de mujeres de vida alegre. Él dijo que sería buena la experiencia, para ver la reacción de esas mujeres. Ya nos disponíamos a salir cuando apareció de improviso una dama acompañante, que impidió que llegáramos al Príncipe.

Una demuestra del afecto que siempre me ha tenido son sus tarjetas de navidad. Recuerdo una espacialísima: era una caja de bombones. La abría uno y salía una galletica y cuando uno empezaba a comérsela, aparecía un papelito con la leyenda: FELIZ NAVIDAD Y AÑO NUEVO, TE DESEA JULIO IGLESIAS. Cuando yo comencé a trabajar en El Heraldo, comentaba en la redacción sobre mi relación con Julio, y algunos compañeros ponían en duda de que fuera cierto y me hacían bromas. Estamos hablando de hace 10 años. En esos días, en mi habitual programa de radio, me quejaba de que Julio, ahora con avión propio, se había olvidado de sus viejos amigos. Una noche asistí a la fiesta de aniversario de fundación de la agencia de viajes Davega, y una vez terminado el programa, me fui a para el hotel a acostarme, porque me sentía muy mal –amanecí enguayabado y con mucho malestar- y encuentro un recado de que llamara urgente a El Heraldo. Allí me dijeron que Julio Iglesias me había llamado desde Nueva York, que me fuera a buscarlo al aeropuerto de Cartagena y que se alojaría en el Hilton. Con el malestar que tenía, sin bañarme y todo ojeroso me fui para la Heroica y cuando llegué al aeropuerto, ya Julio había llegado. Fue un reencuentro de dos días, donde me sorprendió otra vez con su memoria. Me habló del Club de Separadas que en ese entonces yo dirigía y de algunos detalles que él no tenía porque saberlos; me dijo –y a lo mejor era cierto- que Fernán le llevaba cada rato El Heraldo a su casa.

Si me preguntan cuál ha sido la fanática, más fanática de Julio en Colombia, creo que la conocí y hoy en día es la directora de la revista Cristina, de Cristina Saralegui. Ella es cartagenera, y siendo muy niña, se desvivía, por estar cerca de Julio. Y lo lograba. Cada vez que el cantante aparecía por la ciudad, esa joven estaba en el aeropuerto y lo mismo cuando partía. También en las fiestas no tan íntimas, se le veía. Él fingía no darse cuenta. Fernán Martínez, apadrinó ese afecto de la muchacha por el cantante y le avisaba cuando él llegaba. Hace unos días leí en la revista que dirige, que esta fanática del ídolo le hizo una entrevista al Julio de hoy; a lo mejor le confesaría su admiración desde los tiempos colegiales…

Lourdes, mi esposa, me conoció por ser seguidora de Julio Iglesias. Siendo presidenta de CADES (Centro Administrativo de Secretarias) me pidió una cita, para hablarme de un banquete que estaba organizando y si existía la posibilidad de traer a Julio. Ya siendo novios, Lourdes fue invitada a Miami por una aerolínea. Le di el teléfono de Julio. Él, caballero como siempre, le dio boletos a Lou y a un grupo de amigas para que asistieran en primera fila, al homenaje que se le brindó –en la capital de la Florida- a la legendaria Lola Flores, en sus 40 años de vida artística.

Mi último encuentro con Julio fue cuando vino a grabar el video de Bella Morena, con la cantante Thalía. Me fui a Bogotá y averigüé la llegada de su avión. Me acompañó Maribel Moreno, René Pérez y un fotógrafo de la revista Fama. En el aeropuerto no cabía una persona más a la espera del astro. El gerente general de la Sony, quien conoce de mi amistad con Julio, me dijo que a lo mejor yo podría subir al avión con él. Esto no ocurrió, porque me distraje. Había una demora por razones de seguridad. Julio vino con un séquito como de 40 personas, incluyendo guardaespaldas gringos. De pronto por la escalerilla del avión, apareció un señor –seguramente escolta de Julio- solicitando por mi persona. Cuando me identifiqué, me dijo que Julio quería que subiera varios peldaños de la escalerilla. Cuando él bajo sonriente con Thalía, me dio un abrazo y me dijo:

-Vete para el hotel. Vamos a estar juntos hasta que me vaya.

Llegué a Casa Medina, y Julio le dijo a la gente de Fama, que los sentía, pero únicamente podía estar yo en la cena íntima que iba a ofrecerle, que la rueda de prensa era al día siguiente. Era el mismo Julio de siempre, rejuvenecido, preguntándome por todo, recordando viejos tiempos cuando fuimos tan felices. Duramos muchas horas hablando. Me presentó a la cantante y actriz mexicana y a su madre, y al despedirme soltó las siguientes palabras:

-Mañana, en la rueda de prensa, te voy a dar una sorpresa.

Lo hizo a propósito. Estaban como 200 periodistas de todo el mundo. Cuando ingresó lo primero que dijo fue:

-Aquí veo en primera fila a, mi mejor amigo, Edgar García Ochoa.

Más adelante, cuando le preguntaron por el sitio que más recordaba de Colombia, contestó señalándome:

-Con Edgar, disfruté en Cartagena los mejores días.

Y al final volvió a mencionarme otra vez

-Bueno, me voy, pero fíjense como está de acabado mi amigo Edgar, y miren en cambio, yo…?

De allí, me fui con él a El Portón, lugar de la grabación del video. Hasta la madrugada le acompañé. Del lugar citado, seguí para el aeropuerto. Hasta hace pocas semanas estuve en Estados Unidos con Shakira y lo llamé. Se alegró mucho de que yo hubiera sido el descubridor de la cantante. Me dijo que estaba muy preocupado porque su padre estaba muy enfermo y que se iba esa tarde para Acapulco, pero si regresaba a tiempo, le gustaría verme en su casa. Lamentablemente, tuve que continuar mi gira por otros estados y no pude saludar en persona a mi amigo tan querido, cuya amistad ha logrado resistir el paso del tiempo, lo mismo que su condición de ser uno de los hombres más admirados del mundo. Eso no ha importado para que siga siendo el mismo Julio que conocí en el marco de un reinado de bikini.

El año pasado Julio Iglesias se vio 3 veces conmigo en visitas distintas en Cartagena. En una de ellas delante de mi esposa y de su manager Fernán Martínez me hizo una invitación a que le acompañara en su avión a China, viaje que no se ha realizado porque el ídolo canceló la gira por el momento.

Finalmente, puedo asegurar que las mejores historias con Julio Iglesias, son las que no publico.

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